PFM | 08.10.2025

Escrito por P.F.M.
En el año 2000 yo estaba en quinto de secundaria. El problema ya venía oliendo mal desde antes, pero fue ese año cuando todo se juntó para explotar. Fujimori seguía en el poder, empeñado en un tercer mandato que solo fue posible gracias a la manipulación de la Constitución. La ley permitía una sola re elección, pero él, comprando congresistas y torciendo interpretaciones legales, logró mantenerse en el cargo. A esos congresistas se les llamó tránsfugas, y el término quedó grabado como símbolo de traición y corrupción política.
En las calles se respiraba un aire raro, pesado. Las marchas en el centro de Lima se volvían cada vez más frecuentes. En la Plaza de Armas, la gente lavaba banderas como acto simbólico: el país necesitaba limpiarse de la mugre política que lo cubría.
Mientras tanto, los medios locales se dedicaban a distraer. En la televisión, la basura reinaba: talk shows grotescos y propaganda encubierta. Laura Bozzo era la reina del espectáculo. En su programa, uno de los capítulos más infames se tituló “Haría cualquier cosa por dinero”: una mujer, a cambio de efectivo, lamía las axilas y los pies de un hombre frente a cámaras. Eso se transmitía en horario estelar, mientras el país se caía a pedazos.
La prensa independiente estaba acorralada. En ese entonces, Canal N mostraba lo que realmente ocurría en las calles: represión y violencia. Los demás callaban o distraían. Los periodistas que se atrevían a denunciar la censura eran vigilados, perseguidos o desaparecidos. Pero no solo la prensa padecía. Agentes del propio Estado denunciaban torturas —casos como los de Leonor La Rosa y Mariella Barreto mostraban hasta dónde podía llegar la maquinaria del terror.
En paralelo, la tecnocumbia sonaba en todos lados y la farándula llenaba titulares. Eran las famosas cortinas de humo: pan y circo para un pueblo anestesiado. Pero el descontento crecía. Las lavadas de bandera sumaban cada vez más gente, los paros aumentaban y las voces de oposición denunciaban el secuestro de la democracia.
Del ayer al hoy: el mismo guion, diferentes actores
Hoy, aunque muchos medios siguen en silencio, las redes sociales permiten que la información fluya más rápido. Ya no se puede ocultar. En los 2000, las muertes y desapariciones eran silenciadas; ahora nos llegan en tiempo real, cada vez que hacemos scroll.
Veinticinco años después, el país está peor. Las mismas prácticas, los mismos vicios de Vladimiro Montesinos junto a su cómplice Alberto Fujimori, hoy lo replican otros con distinta cara.
El poder, la ambición y la corrupción siguen siendo la trinidad que sostiene este sistema podrido.
En cualquier trabajo asalariado, si no cumples con tus objetivos, te despiden. Si robas o extorsionas, te meten preso. Pero con ciertos personajes señalados parece que todo vale.
¿A quién le conviene el caos?
El caos no es casualidad. Es una estrategia.
Mientras el pueblo se desvive por sobrevivir —entre extorsiones, desempleo y miedo—, los poderosos aprovechan el ruido para hacer silencio donde más les conviene.
Se archivan carpetas fiscales, se negocian impunidades, se fabrican leyes a la medida de unos pocos y se reparten ministerios como botín.
El país se hunde, pero los corruptos flotan: viven del desorden, del cansancio colectivo, de la desesperanza.
Porque cuando todo parece un incendio, nadie mira quién está robando las mangueras.
Y ahí está el truco: mantener al pueblo distraído, fracturado y agotado, mientras ellos consolidan el saqueo.
Las arcas del Estado se vacían, los servicios colapsan, la gente se mata por migajas… y, sin embargo, los mismos nombres siguen firmando contratos, viajando con escoltas, sonriendo en conferencias.
El caos tiene dueño.
Y mientras no lo enfrentemos, seguirá siendo su negocio más rentable.

Fotografo: Eduardo Martinez
El espejismo democrático
La democracia, digámoslo claro, es una utopía a medio hacer.
Tú eliges a quien luego te va a mandar a la policía a dispararte cuando protestes, ejerciendo un derecho que la propia Constitución reconoce.
¿Podemos seguir viviendo así? No.
¿Resistimos en el 2000? Sí. ¿Cómo?
Las marchas de los Cuatro Suyos fueron el punto de quiebre, no por Alejandro Toledo, sino por la gente: miles de peruanos a nivel nacional hastiados de tanta podredumbre. Y lo mismo pasa hoy. Los que entonces aplaudían desde la sombra siguen ahí, moviendo los hilos: Fujimori detrás, solo que ahora tiene cómplices en diferentes bancadas.
Pero el mal no es eterno. En setiembre del 2000, el primer vladivideo destapó la cloaca. Se vio la verdad sin filtros: un régimen dictatorial saqueando el país y comprando voluntades a cambio de favores. La caída fue inevitable.
Hoy parece que vivimos en el mismo escenario, solo que cubierto por una capa de apatía, de ese hartazgo que nada cambia. Mientras que la clase politica se acomoda para querer seguir viviendo del Estado.
El ciclo
La Constitución Política del Perú reconoce en su Artículo 2°, inciso 1, el derecho a la vida: toda persona lo posee, y esa protección abarca desde la concepción hasta el fallecimiento, extendiéndose al concebido en todo aquello que le favorezca.
Este derecho, base de los demás, protege la identidad, la integridad moral, psíquica y física, así como el libre desarrollo y bienestar de la persona. El Estado está obligado a garantizar la vida y la salud de sus ciudadanos mediante las medidas necesarias para su seguridad y bienestar, y cualquier atentado contra la vida constituye delito sancionado por el Código Penal.
Pero el papel no basta.
Un país no solo se sostiene con leyes, sino con la gente que las defiende.
El uróboro no solo simboliza el ciclo que se repite: también el renacimiento que surge de su propia destrucción.
El Perú ha caído antes, y siempre hubo quienes lavaron las banderas, quienes salieron sin miedo, quienes siguieron creyendo que la dignidad no se negocia.
Hoy, otra vez, el país parece morderse la cola.
Pero si hay memoria, hay futuro.
Y si aún somos capaces de indignarnos, de alzar la voz, de no mirar a otro lado, entonces todavía hay esperanza.
Porque el ciclo puede romperse.
Y cuando se rompa, no será por milagro: será porque decidimos hacerlo juntos.
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