Marco Yanayaco Evangelista | 06.07.2025

Escrito por Marco Yanayaco
Andrea Cabel es una de las voces femeninas más destacadas de su generación, no solo por su trayectoria como poeta, sino también por su ardua y continua labor académica a través de ensayos y artículos que ha ido publicando a lo largo de los años. Además, se dedica a la docencia y ha sido jurado en diversos concursos importantes de poesía como el Premio Nacional de Literatura en el Perú (2020 y 2023) y el Premio Copé (poesía) en 2019.
El valor de su obra le ha valido para ser traducida al ruso, inglés, catalán y portugués. Ha publicado cuatro poemarios “Las falsas actitudes del agua”, “Uno rojo”, “Latitud de fuego” y “A dónde volver” (poemas reunidos) del cual se ha publicado recientemente una segunda edición y sobre la que estaré dando algunos alcances y comentarios.
Para empezar, la obra cuenta con un prólogo del fallecido poeta Eduardo Chirinos, quien fue uno de los poetas más importantes de la generación del 80. Por otro lado, la obra se divide en cuatro apartados: “Retratos”, “La eternidad de una esquirla”, “Fruta partida” y “A dónde volver”. Esto resulta muy curioso porque como Chirinos también menciona, se trata de poemas reunidos, pero no hay un orden cronológico, sino que se trata de una reagrupación cuidadosa de poemas por parte de la autora, esto ya nos da una serie de indicios sobre la intención que tiene este libro: la reconstrucción. Unir las islas para formar un gran continente e incluso por qué no decir, un planeta entero.
“Retratos” es la transcripción de esas personas, acciones, situaciones que marcan un momento clave y no solo dan un mensaje de recuerdo, sino de reelaboración del rostro y la mirada según la voz poética. Estos poemas van dirigidos hacia un entorno familiar, ya que se hace mención al padre, la hermana, la casa, la sangre, etc. Logran enlazarse con notable coherencia en poemas de distintas fechas y dibujar un todo, y no solo eso, sino que termina retratándose a sí mismo o lo que se cree uno mismo que es a través de la mirada del otro o de lo que era en ese momento. Recordarse uno mismo a dónde fue.
“La mujer que en tu mente me reta, soy yo, vestida de lana por el invierno, escondiendo las púas para no asustarte y cantando en voz baja, la canción de cuna de los niños que tienen frío.”
“La eternidad de una esquirla” va dictaminada por el espacio que se habita, es decir, el entorno, los elementos que orbitan a su alrededor y lo que significa cada detalle en su propio lugar. Hablamos del exterior para ver el interior. Hablar del clima, las ventanas, los seres que pasan, los jardines, la rutina en el espacio hace pensar en el rastro impermeable de una vida. Esto se da en una conversación entre dos personajes sin nombre en una cotidianidad palpable y naturalmente sincera. Esos choques constantes o ciertas críticas sutiles también enmarcan esa honestidad. Todo este apartado se encuentra cargado por una neblina nostálgica, pero al mismo tiempo reconfortante que deja alumbrar en esos ángulos oscuros de la habitación la pregunta ¿este lugar siempre seré yo?
“Me levanto desde que intento acostar mi cuerpo
y te recuerdo hecha de nudos diminutos
de pequeñas cavidades hundidas que acaricias contándoles
historias,
adorando cualquiera sea su dolor y sed.”
“Fruta partida” me parece una forma bastante creativa de recrear lo que para mí es una actividad muy cotidiana la cual es cortar o “partir” una fruta en pedazos en medio de pensamientos que se van desglosando y brotan de nosotros mientras cada pedazo se va separando. Pero todo transcurre de forma continua, uno a otro, pensando en alguien que se va o se fue, pensando en que ese era el lugar anhelado de antes, pero ahora es todo distinto. Esta parte no solo brilla por su interesante forma de desenvolverse en el espacio mismo del libro, sino en la carga densa que recrea, pero que logra con bastante soltura ininterrumpida. La despedida de la voz poética, la añoranza sentida, pero también los momentos en los que intenta aceptar que ahora todo es distinto, ya no caminan juntas ni cerca, sino que ahora solo pueden verse en cuadros o ventanas muy alejadas. Encontrar ese lugar en alguien que ahora es el lugar de alguien más, la evolución y los cambios que ha sufrido ahora te son tanto ajenos como propios.
El último apartado que se reserva a “A dónde volver”, busca entre su pregunta indirecta y sus versos el lugar donde debe estar uno, el lugar se construye con los números, los colores, los gritos, las lecciones, los postres. Los poemas elegidos son una serie de luces que van alumbrando las partes completas de un mapa gigante de lugares escondidos que se mueven, que aparecen y desaparecen. Como se decía al inicio, el libro puede llevarnos a creer que estamos pisando tierra firme, pero luego vamos entendiendo que no existe tal tierra, siempre hay una traslación, una búsqueda inacabable por definirse.
“Celebro el aniversario de mi muerte
En el aire vuelto hacia la nada
celebro ser nube de noche esperando el regreso de un suspiro”
La experiencia de leer el libro considera muchas respuestas o vías de escape a la pregunta que plantea esa inseguridad de cuál fue el punto de partida, ya sean las personas, la familia, las actividades o incluso lo que aparentemente resultaba ser estable poco a poco se va volviendo más difuso cuanto más se afirma haber encontrado ese lugar.
Se trata pues de un circulo que irremediablemente busca completarse sin éxito y, sin embargo, las confesiones y afirmaciones son reales, y están ahí intentando dibujar al mismo tiempo que se borra el rastro. Regresar a estos poemas son esas naves que no llegan a desembarcar, rotando de isla en isla. Estos versos, por tanto, son demasiado importantes para la voz que las cuenta porque esta existe gracias a ellos, porque son en esencia creación, pero también creador. Este libro es la figuración que la voz ha creado de sí misma y la promesa infinita de seguir buscando un retorno.
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