Crítica: 'The Brutalist', de Brady Corbet

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Crítica de cine por Javier Gragera

Del brutalismo, dicen, no tiene alma. Esta es la crítica más habitual de aquellos que no entienden (o no quieren entender) un movimiento arquitectónico, surgido a medidos del siglo pasado, que apostaba por el minimalismo extremo y se cimentó en construcciones contundentes, poligonales, sin elementos ornamentales. Los suyos eran edificios desnudos, geométricos, donde el protagonismo lo asumían sus estructuras y sus materiales de construcción, aquello de lo que estaba hecho, normalmente hormigón y acero. Sustancia gris. El BCP de la calle Shell, en Miraflores, por ejemplo. El brutalismo, ya en su momento, parecía un estilo arquitectónico parido a destiempo, como hijo bastardo de la revolución industrial. ¿Un alma contenida en un bloque geométrico de hormigón armado, frío como un témpano de hielo? No, imposible, niegan sus detractores.

The Brutalist, no se engañen, no pretende ser un alegato póstumo de este movimiento ya obsoleto, caído casi en el olvido. Ni siquiera es una película sobre arquitectura, aunque su protagonista sí sea un arquitecto: László Toth, un exiliado judío, encarnado por Adrien Brody, que ha logrado huir del horror nazi exiliándose en EE.UU., donde iniciará una tortuosa peripecia vital que lo arrastrará hasta un adinerado hombre de negocios (Guy Pearce) que, al parecer, le podría permitir recuperar las dos cosas más preciadas que le ha arrebatado la guerra: su esposa (Felicity Jones), con la que mantiene una comunicación epistolar, y su prestigio profesional.

László Toth se nos muestra como un personaje complejo, sugerente, caótico. Es genial y autodestructivo, acorralado por infiernos internos y externos. Y es en la concepción de su abigarrada arquitectura emocional (que nada tiene de minimalista) por parte de Brady Corbet, director de la cinta, quien además la escribe junto a Mona Fastvold, donde encontramos los mayores aciertos de The Brutalist. Más allá de la convincente caracterización de Brody, lo suficientemente contenida para no hacer de su personaje un esperpento de sentimientos tumultuosos, lo que más sorprende es la mirada nada sentimental que proyecta Corbet sobre su criatura. No tiene ninguna compasión por este atribulado y supuestamente genial arquitecto judío, y eso le permite arrojarlo con una fuerza desmedida contra el espectador, que no sabe qué hacer con él. ¿Lo odiamos? ¿Tratamos de comprenderlo? ¿Le concedemos nuestro perdón? ¿Nuestro cariño?

No, nada de eso. Lo que quiere Corbet es que nos enfrentemos a él de manera descarnada, que lo sintamos en toda su crudeza, que nos metamos en su piel. Y metidos en la piel de László Toth, te acaban por ocurrir muchas cosas. Sí, la mayoría de ellas son malas o desagradables, pero eso es cine, a fin de cuentas. Cine que toca la fibra sensible y se vuelve un auténtico acontecimiento.

Sorprende la audacia de una película en la que su largo metraje de más de 3 horas (con un anacrónico intermedio de 15 minutos) ya es una declaración de intenciones. Corbet no se lo va a poner fácil al espectador. Pero el esfuerzo merece la pena. La fotografía, otro punto fuerte del largometraje, es ambiciosa sin ser pretenciosa. Para ello, la película se ha rodado en VistaVision, un formato fotográfico de gran calidad que llevaba seis décadas sin usarse. Otro punto a su favor, que le da esa textura de cine clásico, hecha con mimbres de otra época, y que tiene fijación (como no podía ser de otra manera) por la arquitectura, aunque no es su único foco de interés.

Corbet, de la mano Lol Crawley, asume muchos riesgos para poner en pantalla su personal mirada y no se arruga a la hora de cambiar de registro en escenas capitulares, algo que, si bien puede no ser del agrado de todos, nos deslumbra a los que esperamos del cine el vértigo de lo imprevisible y el enigma de las decisiones que no llegamos a comprender del todo. El resultado son un buen puñado de imágenes y atmósferas memorables, que en mi caso aún resuenan en mi cabeza.

Con estos mimbres, The Brutalist se presenta a grandes rasgos como la enésima desmitificación cinematográfica del mito americano, pero que para hacerlo se adentra por senderos nada trillados para revelar sus pliegues más sórdidos y descorazonadores. Así,  la película gira continuamente sobre sí misma, enroscando temas universales alrededor de sus personajes con gran soltura narrativa y cargando de significado la epopeya que supone para un creador incomprendido materializar toda la genialidad de su visión en una tierra en la que se siente, en todo momento, un extranjero.

Y luego está el dinero… Porque el dinero es un personaje con entidad propia en una cinta que habla continuamente del capitalismo sin mencionarlo de manera explícita ni una sola vez. Sus personajes hacen cuentas, ajustan presupuestos, lo envían por correo, lo esconden, lo atesoran o se desprenden de él fácilmente; les sirve para tasar un sentimiento, para urdir una traición, para ningunear al otro; les afecta en todas sus decisiones, se interpone y abre puertas, da esperanza y miedo y asco y siempre, en definitiva, domina, obliga y manipula. El dinero, ese despiadado déspota, quiere aquí, en los pujantes Estados Unidos de mediados del siglo XX, poseerlo todo sin rendir cuentas a nadie, sin ajustarse a ningún presupuesto moral.

Y es que se puede deducir que una de las tesis de The Brutalist es que el dinero no se debe a nadie excepto a sí mismo. Es frívolo, egocéntrico, despiadado. El dinero, sí, lo puede comprar todo, excepto el alma de los que se resisten a ser sus vasallos. Y aunque todo lo ensucie y lo impongan, el dinero no puede comprar una idea, como esa obra monumental en medio de la nada, punto cardinal y símbolo de la película, que, desde lo más profundo de su estructura enigmática, grandiosa y aparentemente caprichosa, esconde una verdad excepcional, disruptiva, que traicionará desde sus mismos cimientos a aquellos que la han podido pagar, pero, pobres diablos, están imposibilitados a entenderla cegados por su orgullo y prepotencia.

Porque el brutalismo, a pesar de lo que piensa muchos de sus detractores, sí concibe edificios “con alma”, aunque esta esté eternamente atormentada y guarde sus secretos a los ojos de aquellos que no estén preparados para ver la verdad, a aquellos incapaces de asumir su parte de culpa, aun cuando ya sea demasiado tarde.

+ INFO
Título original: The Brutalist
Dirección: Brady Corbet 
Guion: Brady Corbet y Mona Fastvold
Reparto: Adrien Brody, Felicity Jones, Guy Pearce, Joe Alwyn, Raffey Cassidy, Alessandro Nivola
Fotografía: Lol Crawley
País: EE.UU. (2024)
Duración: 215’

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