Tan lejos, Alejandra

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Escrito por Rodrigo Jordan

«Haz que no muera sin volver a verte» debe ser el verso más desgarrador de Alejandra Pizarnik. Para mí lo es. Me atrapa. Me inquieta. Me sacude. Alguna vez pensé en tatuármelo, pero desistí. No tengo tatuajes, creo que jamás tendré uno. Hace 53 años Alejandra se mató. El 25 de septiembre de 1972, ingirió alrededor de cincuenta comprimidos de Seconal (medicamento que se usa para tratar el insomnio). En otras oportunidades ya había intentado irse.

Jacques Lacan pensaba que el único acto verdaderamente consumado era el suicidio. La depresión fue para ella un vertiginoso látigo de furia que partía en dos su desamparo: ella frente a su total desarraigo del mundo. Siempre le costó escribir, aunque no más que vivir.

Leerla era acordarme de alguien en el último instante antes de su partida. Leerte fue un modo de sostener tu silencio. Leerla era buscarla donde ya no estaba. Leerte fue creer que desde algún lugar te acordabas de mí. Leerla fue claudicar ante las palabras que bordeaban el vacío. Leerte fue creer que esa sonrisa no albergaba también cierta agonía. Leerla fue rendirme una inútil madrugada de domingo. Leerte fue buscar tu rostro en las tapas y contratapas de los libros. Leerla era encontrarme contigo en alguna parte de cada poema.

Y es que en cada poema de Alejandra se traza una grieta, una que jamás se podrá obturar.

En sus diarios hay algunas aproximaciones. El 19 de enero de 1959 escribió lo siguiente: «ayer he roto alrededor de cien poemas y prosas. He quedado asombrada de mi falta de calidad poética, mis gritos, mi exasperación. Hay que empezar de nuevo. Además, quedan doscientos poemas más que seguramente romperé». Es finalmente Alejandra frente al espejo, hablándole de su incompletud e insignificancia, a ese Otro que la habita. Supo que había alguien más dentro de ella.

Un miércoles 23 de octubre, en algún año entre 1957 y 1960, anotó que las imágenes que provee la poesía deberían ir referidas a nuestra herida: la vida, la muerte, el amor, el deseo, la angustia. Cierro sus diarios. Abro mi cuaderno verde donde he recopilado cientos de versos (no solo de ella) y busco ese que parece haber sido escrito a la orilla de un duelo: «explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome»

Alejandra Pizarnik se fue. Dejó inscrito en sus versos un relicario vertical de voces agotadas, de rostros fugaces y desdibujados, de abrazos incompletos, de luces ralas y de lejanos arrullos de mar o de insomnio. Y ahora me acuerdo de esto que escribió Mónica Ojeda: «¿hay palabras para todo el silencio que vendrá?

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