Hambre y sueño por un futuro: Joan Miró

Carnaval de Arlequín, lienzo pintado por Joan Miró. | © Difusión

Artículo escrito por Pilar Fonseca y Hans Alejandro Herrera

A comienzos de 1920 un joven norteamericano paseaba por París lamentando no poder tener el dinero suficiente para comprar los Picasso que tanto deseaba, hasta que una amiga suya, la famosa coleccionista Gertrude Stein, le enseñó a comprar pintura: “No está a su alcance. Usted tiene que comprar a pintores de su edad, a chicos de su quinta”. A partir de este simple consejo lograría prendarse del cuadro de un entonces desconocido pintor español recién llegado a París. El pintor era Joan Miró, y su comprador Ernest Hemingway.

Joan Miró (1893-1983), a quien el MALI le va a dedicar una exposición individual el próximo mes de marzo, había llegado a París en 1919 como parte de esa famosa corriente migratoria de pintores españoles que como Picasso antes o Dalí después revolucionaría el arte para siempre. Su primer taller era uno prestado en la rue Blomet número 45, justo al lado del taller de André Masson. Como cuenta el mismo Miró: “Eran tiempos muy duros: los cristales estaban rotos, y mi sartén, que me había costado cuarenta y cinco francos estaba inservible. El taller, en cambio, se encontraba siempre muy limpio. Como era muy pobre, sólo podía realizar una comida a la semana; los demás días me contentaba con algunos higos secos, y masticaba chicle”.

Esta situación de profunda precariedad económica alimentó el frenesí del trabajo artístico de Miró, mientras luchaba por sobrevivir en un París feroz donde más que un pintor era un inmigrante más. En esos años, sería frecuentado por poetas, novelistas y otros pintores como Picasso, quien al igual que Hemingway sería uno de sus primeros compradores.

Matar, asesinar o violar la pintura
Curiosamente es el cuadro que compra Hemingway, La masía, el que marca un punto de quiebre en la obra del pintor. Según la académica Rosa María Malet, La masía representa “su última gran obra realizada en estilo detallista y figurativo y que contiene el germen de lo que será su producción posterior”. Esto por la concentración de un realismo que revela un esfuerzo por llegar al fondo de “un naturalismo asfixiante, a fin de provocar su inversión en una explosión liberadora”, como complementa el crítico francés Jacques Dupin.

Ello acabará transformando radicalmente la manera de pintar de Miró, quien fijó por última vez en La masía (1921-1922) todos los elementos de los paisajes de su juventud presentes en los cuadros de su primera época y a la que Dupin califica de “inventario nostálgico y mitológico”, pues aparecen descritos minuciosamente los campos, animales de corral, herramientas, incluso huellas de pasos en el camino, todo alrededor de un árbol de eucalipto que domina la composición.

En la década de 1930, Miró manifestó su deseo de abandonar los métodos convencionales de la pintura “matarlos, asesinarlos o violarlos”, según sus propias palabras, para poder favorecer una forma de expresión que fuese contemporánea y que no se doblegase a sus exigencias ni a su estética, ni siquiera con sus compromisos hacia los surrealistas. Es decir, la creación por encima de todo paradigma. Pintar en primera persona del singular: Yo.

El menos surrealista de todos los surrealistas
Este nuevo periodo también estará marcado por la necesidad de Miró de lo que él considera su “deber de superar ‘lo plástico’ para alcanzar la poesía”. De ahí su contacto permanente con poetas como Tzara o Max Jacob. Pronto comienza a sobresalir y el mismo Breton llega a considerarlo como “el más surrealista de todos nosotros”, a pesar de que el proceso creativo de Miró dista mucho del automatismo que exige el surrealismo (entendiendo este movimiento artístico como pensamiento en ausencia del control ejercido por la razón). Miró es precisamente todo lo contrario: un autor muy reflexivo, como lo prueban sus incontables dibujos preparatorios que ilustran el proceso de trabajo en el momento de iniciar la creación de su lenguaje propio. Lo suyo es un complejo proceso de simplificación, casi de depuración de elementos y formas.

Un ejemplo palpable es La reina Luisa de Prusia, de 1929, del cual Miró se basó en un recorte de un anuncio comercial de periódico, en donde el perfil de una máquina le sugería la figura de una mujer con vestido largo, de ahí nace su esbozo inicial. Para esta pintura hubo al menos 8 dibujos preparatorios antes de que empezara el cuadro. Esto quizás haga a Miró el pintor surrealista menos surrealista que hubo.

Sin embargo, y en opinión del pintor Antoni Tapiès, “Miró nunca ha sabido intelectualmente lo que debía pintar, no digamos mañana, sino tan siquiera media hora más tarde”. Este sería el sentido de la “obra abierta” al futuro, que incluye la aventura que tanto gusta a Miró. “Esto también incluye”, señala Tapiès, “casi un gusto por el error, por la equivocación aceptada como enseñanza; hasta por el aprovechamiento de nuestra debilidad… Y el vacío interior que es, en realidad, lo que hace que las ruedas se muevan”. Para Miró inclusive “lo importante no son siquiera las obras. Lo que cuenta es lo que sembremos en cada uno de nosotros”. Ahí radica su poesía.

Pintar alucinado de hambre
No obstante, los problemas de dinero continuaban: “A pesar de mis primeras ventas, la vida seguía siendo bastante dura”, manifiesta Miró, llegando en una ocasión a compartir con su amigo el artista Arp un magro desayuno de rábanos con mantequilla mientras esperaba la firma de un contrato que le permitiera sobrevivir. “Para el Carnaval de Arlequín”, continúa Miró, “hice muchos dibujos en los que expresaba las alucinaciones que me provocaba el hambre. Volvía a casa por la noche sin haber cenado y anotaba mis sensaciones en una hoja”.

De estas alucinaciones por el hambre y el agotamiento proviene su abundante y exaltada producción de 1925 a 1927, en las que el artista profundizará en sus descubrimientos consiguiendo en palabras de Jacques Dupin una “picturalidad pura mediante un tratamiento monocromo  de la superficie a través de anchos brochazos de color fluido (generalmente azul, bistre y gris) que engendran un espacio de sorprendente sensibilidad táctil, mientras sustituye la descripción por la anotación alusiva y el trazado metafórico”.

En esta época Miró no tendrá un taller fijo, y regresará durante breves temporadas a Cataluña, pues en España es “donde mejor puedo concentrarme para trabajar”. Era en esos espacios reducidos donde muchas veces debía entrar agachando la cabeza, en los que al no estar “contento con mi trabajo, me daba de cabezazos contra la pared”. 

Y sin embargo, el hambre alimentaba su gran sueño: “Tener un taller muy grande para tener suficiente espacio y muchos lienzos, puesto que cuanto más trabajo, más ganas me vienen; y también intentar superar la pintura de caballete, la cual, desde mi punto de vista, se propone finalidades mezquinas”.

Miró en el MALI
El Museo de Arte de Lima (MALI) ha elegido la obra de Miró para inaugurar su temporada de exposiciones del 2018. Bajo el título Miró - La experiencia de mirar, que va del 22 de marzo al 24 de junio, se exhibirán 50 piezas entre pinturas, dibujos y esculturas de la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (España), todas ellas realizadas por Miró durante su última etapa creativa, es decir, cuando el artista ya había dejado atrás el hambre de sus inicios como artista en París y era un pintor consagrado a nivel internacional.

Es también por esa época que Miró quiso volver a su primer taller en la rue Blomet por el que París lo conoció, y lo único que encontró fue una lila en el patio, una casa en ruinas y un perro enorme que “se abalanzó contra mí”, recuerda el artista.

MÁS INFORMACIÓN
Título: Miró – La experiencia de mirar
Lugar: 
MALI, Museo de Arte de Lima (Paseo Colón 125, Parque de la Exposición)
Fechas: Del 22 de marzo al 24 de junio de 2018
Horario: De martes a domingo de 10 am a 7 pm | Sábados hasta las 5pm | Cerrado los días lunes, Día del Trabajador (1 de mayo), Navidad (24 y 25 de diciembre) y Año Nuevo (1 de enero).
Precio: General: S/30 (peruanos y residentes S/15); Reducidas (estudiantes, mayores de 65 años, docentes y personas con discapacidad): S/15 (peruanos y residentes S/5); Ingreso gratuito: Todos los jueves desde las 3 pm y “Una noche en el MALI” (primer viernes de cada mes) de 5 a 10 pm.

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