Martín Carrasco | 01.03.2025

Escrito por Martín Carrasco
La última vez que fui a concierto de esa naturaleza fue hace dos años, en Quilca. Esa tarde se presentaron varias bandas en protesta contra el gobierno de Dina y el grupo por el que fui era Eutanasia. El jirón había sido tomado por guitarras eléctricas, un parlante que sonaba hasta el culo y protegido inútilmente por uno de los organizadores que con megáfono en mano pedía que “pogueen más lejos, conchatumadre”.
Aquí antes era el Koca Kinto, ni idea por qué cambiaron el nombre. Frente a mí, a poca distancia, suenan tambores, quenas y zampoñas. Me sirvo más chela y me aproximo como quien intenta colarse en un tono, hacerse amigo, estirar la mano y hacer salud antes de que se enteren de que no conozco a nadie.
Cuando terminó de tocar Eutanasia aquella vez la policía ya empezaba a gasear a los manifestantes en la avenida Tacna, rumbo a la plaza San Martín. De pronto surgieron dudas acerca de quién había dado el permiso para la tocada, pero lo que realmente debimos preguntarnos quienes estuvimos ahí era por qué nos dieron el permiso y la respuesta que nos jodía era que ya no jodíamos a nadie.
La calle es Héroes de Tarapacá, el número 177. Frente a mí retumba la fiesta del Brisas del Titicaca. La música de los caporales se cuela hasta mi lata y huyo para ver las últimas luces del atardecer entre el óvalo Bolognesi y la avenida Brasil.
El panorama es una mezcla de mamita Candelaria frente a una jauría que viste de negro, a pesar del calor, a pesar de sus pelos largos. Las luces de los postes empiezan a encenderse, recuerdo que a pocas cuadras quedaba la Casa del Auxilio, esa otra escena de la primera década del siglo. El punk, la electrónica, las tracas y metros más allá la tombería. Un borracho cayéndose de las escaleras y el Macha, de Aeropajitas, gritando sobre el escenario que podrán pasar mil años y no me verás caer.
De la Casa del auxilio no queda nada, ni del Averno, ¿Dónde fue a parar el Cristo Antitaurino, de Gabriel Darvasi y Aurelio de la Guerra? ¿A qué suena Lima ahora? El concierto debía empezar a las siete, pero llevo una hora esperando, meándome, mezclándome entre los músicos que van llegando.
Busco un baño en medio de la bulla, espero que terminen de hacer las pruebas de sonido y abran las puertas del local. Desde el baño sin agua de un estacionamiento puedo escuchar la fiesta patronal del Brisas, las botellas sumándose y siento la necesidad de sumarme a la fiesta, a todas las fiestas como quien intenta paralizar la ciudad de un solo grito.
El concierto lo organiza el sello discográfico independiente Buh Records, son veinte años de actividad desde los márgenes de la música independiente. El gestor de esto que nos convoca es Luis Alvarado, a quien recién veo en persona. Ignoro si tranquilo o nervioso, pero su aparición indica que las puertas al fin se abren, que vamos a comprar más chelas, que va a sonar algo raro.
El grupo que abre es Ayarwhaska, conozco a su guitarrista (Benjamín), fui su profesor. Conozco también, aunque brevemente, a Valentín, el vocalista que empieza a morder las cuerdas de su guitarra. Son evidentemente jóvenes, la nueva generación que con un harsh noise empieza a capturar la atención de los asistentes que llegan, se encuentran y se reconocen.
Voy explorando de a pocos el espacio. Hay muchos lugares que nunca llegué a conocer, como el Monarca o el Maquisapa. Sin embargo, vi los últimos años del Averno, Directorio y Luz Roja. También presencié los inicios de Bagre, que aún dura; y los de Popeyes, antes de que se convirtiera en un antro pachanguero.
Son pocos los espacios que sobreviven con una propuesta alternativa. En ese sentido, de los que he mencionado, sólo Bagre, el Averno y la Casa del Auxilio merecen esa distinción. Junto a ellos está la gente que mueve eventos en donde encuentre el espacio que los acoja. Tras veinte años de dedicación a los sonidos emergentes, ¿qué otro espacio compartiría la audacia de Buh Records y se sumaría a su proyecto?
Porque lo de Ayarwhaska jamás sonará en las radios de Lima, aunque empiece a tejer su público. Tampoco sonará Búho Ermitaño con su sonido kraut rock y folklore andino, ni ninguna de las propuestas sonoras que se reunieron esa noche.
No conozco a la mayoría, por eso estoy aquí, sé de Búho Ermitaño, desde que tocaba con Ale Borea. El sonido de Búho me sigue atrapando desde aquellos años. Por ahí está la poeta Valeria Román que ha venido con su propio proyecto: Nonato.
Instalan lo que necesitan entre el pasadizo, al lado del escenario principal y comienza su performance rodeada de cámaras que registran lo que fue una de sus pocas intervenciones sonoras junto a Mauricio Moquillaza.
No tengo la más puta idea de lo que estoy viendo y me gusta. En el perfil de Instagram de Valeria comenta sobre su proyecto, que surgió “a partir de unos textos que acabaron en una serie de sesiones de improvisación y eventualmente dieron forma a la puesta en vivo de esta pieza. Es la recomposición de un poema a través de la experimentación sonora para explotar sus posibilidades sónicas. En otras palabras, es una mierda bien densa. Bien bien densa.”
- Ahora va a tocar un grupo que me gusta. Te vas a cagar de risa con el nombre. - Me comenta una amiga a quien me acabo de encontrar.
Levanta el dedo índice y me dice el nombre de la banda que buscaré en Spotify al día siguiente: Thank you lord for Satan, un proyecto musical creado por Paloma La Hoz y Henry Gates.
El 2024 fue un año de numerosos conciertos en Lima, muchos de ellos de músicos internacionales de larga trayectoria. Quizás el más importante fue el de Paul McCartney. Pero hay algo que no tienen esos conciertos, esa voz de disidencia que tal vez tuvo su último grito en la primera década del dos mil.
Los proyectos musicales que esa noche se reunieron no se caracterizan por una letra disruptiva, no los agrupa un sonido común más allá de que no sonarán jamás en la radio y su propuesta transita entre el rock y la electrónica, siendo esas dos variantes muy limitantes para hablar de todo lo que se encierra en el medio. Su disrupción radica en la experimentación sonora que busca a través de la música un lenguaje más propio que no se lo ofrecen las industrias culturales masivas y homogeneizadoras y he ahí tal vez uno de los grandes méritos de Buh Records.
No comparto necesariamente la idea de que el arte debe ser disruptivo. No comparto ninguna premisa que imponga formas del deber ser. Sin embargo, ese es el arte que me gusta y es el que más está siendo atacado.
Es el turno de Huachimán y el volumen vuelve a subir en el mismo local donde un mes después se realizaría un homenaje a Chacalón. Frente a mí veo al Tío Factos conversando con la gente de Ballet Mecánico. Días después leo en el muro de Facebook del poeta Róger Santiváñez en el que menciona que Guillermo Gutiérrez (alias Tío Factos) fue miembro del grupo Kloaka entre 1982 y 1984. Pienso, no puede ser casualidad.
El sobreviviente de una Lima de mierda en los ochenta y los jóvenes que aguantan la Lima de mierda de ahora frente a frente. Pido una cerveza, recuerdo un verso de Martín Adán: “La ciudad lame la noche como una gata famélica”.
Lima persiste y resiste en esa otra escena. Allá afuera del local, el caos de la monotonía dando vueltas en el óvalo Bolognesi. Ahí dentro, una feroz belleza.
Epílogo fotográfico
Compartimos algunas tomas del registro realizado por Carlos Benzeno.
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