Barriendo el desierto

La actriz alemana Sonja Ortiz interpreta a Maria Reiche

“En algún lugar del mundo hay un poco de suerte”. Con esa frase inicia La dama de Nazca, de la actriz Sonja Ortiz, joven alemana que lleva un par de semanas viajando por el Perú, contándonos la vida de su compatriota Maria Reiche Neumann (Dresde, 1903). Esta vez, le tocó a Lima.

La lucha de Reiche
Durante el unipersonal de más de una hora de duración, Ortiz no sólo entretiene por sus virtudes danzarinas y de interpretación, sino que a través de su dramaturgia esclarece mitos de una mujer europea acusada de loca –la loca de la escoba– por establecerse en el desierto de Ica en los años cuarenta. Por establecerse, prácticamente, en la nada.

“Lo que me llamó la atención fue la leyenda de Reiche. Me encontré con mucha información contradictoria. Había gente que decía que ella andaba sola, que no tenía amigos; y otros que decían ‘yo era amiga de ella’. Yo quería saber la verdad. Entrevisté a personas que la conocían y así me enteré de cómo llegó al Perú”, dice Sonja, quien conectó mágicamente con este país cuando hacía un voluntariado en Cusco, en el fin de su adolescencia.

Coincidentemente, Reiche, matemática de profesión, encontró en el periódico un anuncio que ofrecía trabajo en… Cusco. ¡Huiría del nazismo, de la guerra! A sus veintiocho años se subió a un barco y se pasó el viaje mirando a las estrellas, buscando figuras en el cielo, pensando en animales que nunca había visto (y que luego encontraría en la tierra). 

“En todos sus textos, Reiche se expresa en contra de la violencia. Ella es alguien muy positiva que trata de rescatar lo mejor de los humanos”, comenta Sonja.

Aunque la trama es predecible, como en la mayoría de historias públicas que se escribieron en la vida real y se trasladaron al escenario, la artista ha sabido llenarla de simbología y vasos comunicantes, lo cual la vuelven digerible; sinceramente, una pieza a la que no le sobra nada. Con sólo una escalera, escoba, telas y binoculares, Ortiz cautiva cuando delata su acento madre, y se nota su esfuerzo por pronunciar bien el castellano, actitud que –en paralelo– nos revela a la vehemente María Reiche trepándose en la escalera, barriendo el desierto –¡BARRIENDO EL DESIERTO!, qué imagen tan potente–, midiendo metros y metros de líneas que serán declaradas patrimonio cultural del Perú.

“Me interesaba su voluntad. Eso tiene que ver mucho con el trabajo de los artistas. A nosotros nos dicen ‘¡ah!, estás loco, eso no es una profesión, ¿por qué lo haces?, no tiene sentido’. Y, sin embargo, lo hacemos. A ella le daban igual las habladurías de la gente. Lo que le interesaba, su pasión…, esas líneas la hicieron feliz toda su vida”, asegura Ortiz, casi una biógrafa itinerante de Reiche.

 
Obra itinerante. El unipersonal de Sonja viajará a diferentes partes del Perú para contar la historia de la guardiana del desierto de Nazca. 

Metáforas
He ahí la primera metáfora. Quitar toda la tierra que tapa nuestros sueños para poder gozar de ellos, sin olvidar que en el proceso –en ese barrer el desierto– está la dicha de la vida. Entregarse a lo que uno ama es un privilegio, aun más en este capitalismo en que, como ya dijo Ortiz, se les pregunta ‘¿por qué te dedicas a eso?’ a quienes no andan levantando edificios o de gerentes bancarios.

Segunda metáfora. Lo último, en este circuito mezquino del arte, siempre es el premio, el reconocimiento. Y eso lo garantizarían los Nazca, donde quiera que estén. Pero la gran obra, sin que su autor la defienda y por más oculta que esté, prevalecerá y será descubierta tarde o temprano.

“Encuentro un enlace afectivo en las ganas de María Reiche de convertir estas líneas en cultura viva, en que no desaparezca esa ciencia que tenían los Nazca, que es algo que nos puede servir hoy: la exactitud con que trabajaban, su perseverancia”, manifiesta Ortiz.

Ya lo leyeron, artistas y profesionales de causas perdidas. No se desanimen. Su Maria Reiche aparecerá pronto.

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