Marco Yanayaco Evangelista | 17.09.2025

Escrito por Marco Yanayaco
Cuándo una guitarra bulliciosa no alcanza y el volumen a tope es solo un primer escalón, se necesita algo más para reventar los corazones, pero también los oídos. A Place To Bury Strangers, la banda más ruidosa de New York, conformada por Oliver Ackermann, John Fedowitz y Sandra Fedowitz llegó por primera vez a Lima y se presentó en Vichama el miércoles pasado y lo hizo de la mejor forma que supo, saturando brutalmente de ruido el silencio.
Como era de esperar todo comenzó de forma tranquila, el público iba llegando mientras me acerqué a la mesa de merch donde vendían discos, polos, pedales, etc. Me di con la sorpresa de que realmente no podía costearme todo lo que quería, pero pude tener un CD del Sinthesizer (2024) que la banda firmaría después del concierto. Desde el principio los integrantes estuvieron entre el público disfrutando de la presentación y recibiendo algunos saludos de sus fans. Abrió la noche Trazar diamantes, banda de rock alternativo e indie rock quienes dieron una gran presentación, temas con melodía y fuerza para despertar a la gente. ¿Qué decir? Me gustó bastante, aunque no los había escuchado antes, debo señalar también el uso de los pedales de Death by audio, justamente creada por Oliver de APTBS y es lo que ayuda a caracterizar este sonido tan particular que tienen.
No apto para cardiacos
Llegadas las 10 p.m. vi a Oliver, Sandra y John subir al escenario y colocar sus instrumentos de una forma bastante calmada y creo que en eso radica la magia de la actuación porque sabes que será una de esas experiencias que recordarás por mucho tiempo. Desde el inicio tenían un propósito, desaparecer todo silencio. No pasó ni un segundo de la banda en el escenario y fue como ser gaseado de saturación. La niebla envolvía todo y no dejaba ver nada, pero no hacía falta porque la música lo decía todo ¡El show comenzó! Fue como un disparo al aire, aunque lo más semejante sería una bomba.
Si algo debo destacar es la locura y la energía desbordante de la banda, realmente no me esperaba que pasaran de la apacible actitud que tenían mientras acomodaban sus instrumentos a estar en un estado casi epiléptico sin parar durante más de 1 hora. Puedo asemejarlo a la sensación de estar asfixiándote con una bolsa llena de vidrios y sierras eléctricas que te estalla en la cara. Nunca olvidaré ese momento, porque costó un par de segundos despertar de esa incredulidad y darte cuenta que la guitarra de Oliver estaba lanzando gritos apabullantes y la batería de Sandra era una maquina incansable e infernal que acompañaba todo el frenetismo que la banda exige y demuestra en sus presentaciones. Porque las canciones ya son lo suficientemente envolventes y apabullantes, pero la performance debía ser LA PERFORMANCE, es decir estar a la altura y lo estuvieron. No pasó ni un segundo cuando vi a Oliver bajar al escenario y surfear con su guitarra entre el público entre jalones y tropiezos.
A medida que avanzaba la noche no me podía esperar qué más sorpresas vendrían, pero la banda tenía algo especial porque cerca de la mitad del concierto bajaron todos y de entre los cables detrás del publico sacaron una tarola/tambor y Oliver improvisando con un micrófono conectado a su pedal empezó a sonificar su propia voz como una guitarra con distorsión.
Todo se tornó algo más íntimo, como una especie de oda o ritual al ruido. Ver a Oliver arrastrarse en el piso con las luces apuntando a sus rostros desfigurados de ruido. No puedo describirlo, pero tener a la banda justo en el centro y ver al público comprometido dejándose dominar por la pasión que transmitía daba una sensación de calidez extraña. No pasó mucho tiempo luego de esa experimentación bastante dinámica y divertida que regresaron al escenario para continuar con la presentación.
El juego de luces fue otro apartado que destacó mucho y lo digo literalmente porque Oliver tomó uno de los focos y lo usó como honda, dándole vueltas en la oscuridad y lo detuvo solo para luego usarlo como arco para su violín improvisado (guitarra), todo mientras la batería galopaba como un caballo endemoniado. Era un ataque constante, un compás explosivo entre la distorsión y la intensidad. La guitarra volando por los aires, el bajo marcando todo a una velocidad milimétrica sin parar ni rebajar el ánimo y así siguió durante largo rato hasta que la niebla oscureció todo y las guitarras cesaron, lo cual indicaba una sola cosa, el concierto había terminado.
Todo lo bueno termina rápido y esa fue la sensación que me llevo porque no quería que termine, hubiera preferido que todo siguiera eternamente y quedarme sordo, pero me alegra que todo cerrara en su punto más alto. Lo cierto es que APTBS merecía un público más grande, pues lo que ofrecen me parece una devoción y entrega absoluta por lo que hacen, aun así, los presentes lo disfrutamos como nunca. Ya al final de todo pude tomarme una foto con Oliver, pedirle una firma completa a la banda, conocer a otros fans y preguntarles qué opinaban de la presentación de esta noche.
Creo que esa noche fue especialmente hecha para los seguidores que encuentran irónicamente tranquilidad en el ruido, en la saturación, en el caos. En ese sentido, esto fue un regalo porque como dejó entrever Oliver, este es un gusto natural, algo que está en alguna parte de ti que ama esto y que una banda que comprenda muy bien ese concepto nunca va a decepcionar a su público.
Presentaciones así de arriesgadas son necesarias y hacen falta, pero sobre todo que el público apoye y vaya. Me gustaría que regresen, espero no quedar sordo para entonces porque si hubiera una razón para que pase preferiría que sea en un concierto como este.
Fotos tomadas por Antonio Bravo
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