Minding the gap

No hace mucho, nadie sabía que Bing Liu era un chino-norteamericano de 30 años, ni que su carrera como documentalista se había forjado en las calles y skateparks de Rockford, Illinois, cuando empezó, como jugando, a filmar a sus mejores amigos montados sobre esas patinetas que suspenden el mundo mientras ellos vuelan por los aires. Eran años en los que Bing, Zack y Keire buscaban llenar espacios de ausencia y dolor a través del skate, cuando la única forma de escapar de sus problemas era canjeando los golpes recibidos en casa por golpes de caídas en la acera, al igual que bofetadas por rodillas descarnadas, o la rabia por la risas después de la escuela. Era preferible que se partiera la patineta en dos a que se partiera algún hueso del alma, aunque para eso habían descubierto ya el poder adormecedor del alcohol y los porros de marihuana, la típica destrucción adolescente en compañía de aquellos amigos entrañables que lo marcan a uno para siempre. Para Liu, familia era ese pelotón de jóvenes desarrapados, de muchachos entregados al todo o nada, que es lo mismo que vivir “sin timón y en el delirio”. 

Minding the gap cuenta cómo estos jóvenes de Rockford van furiosamente rápido por la vida, hasta que todo termina por descarrilarse de lo apresurado que van, y entonces vemos cómo sus cuerpos cambian como sus decisiones: se mudan de casa, consiguen empleos, compran autos, tienen hijos, y ahora le pegan a sus enamoradas, ahora repiten las primeras lecciones aprendidas en familia, aprenden a ausentarse como lo hicieron con ellos sus padres, aprenden que la vida no da concesiones o privilegios si se ha nacido negro o mujer. Comprenden, entre otras cosas, que uno debe luchar contra todos, pero primero contra uno mismo. ¿Qué los diferencia de las generaciones pasadas? Que estos jóvenes nacidos a inicios de los 90s están más abiertos a hablar sobre sus problemas y sus culpas, a aceptar que su masculinidad es más frágil que sus patinetas de madera. 

Vamos descubriendo que la transición a la adultez está condicionada por la experiencia familiar, en este caso, por la violencia (sobre todo contra la mujer), la falta de oportunidades y el racismo. Aprenden a llorar y a decir cosas como “te amo”, “te extraño”, “la jodí”, “yo lo hice”, “soy negro, sí”, “te pegué”, “no quiero ser así”, “seré un mejor padre”, “cambiaré”, “perdóname”. Liu utiliza las voces del pasado como telón, e introduce los anuncios en las autopistas de la ciudad como símbolos premonitorios (“tu padre es quien te levantará al caer“). Keire, el entrañable adolescente afroamericano, recuerda las lecciones de su difunto padre (“ser negro es genial porque todos los días puedes demostrarle a alguien que está equivocado”), y Nina, la novia de Zack, debe aprender a ser madre soltera con tal de alejarse de quien ha caído en la perdición. Ese miedo a la soledad, al fracaso, al estanco en una ciudad donde el 25% de incidentes reportados a la policía son por violencia familiar, es lo que se vive en los entretelones del sueño americano. Liu prefiere hablarnos sobre el trauma y sus efectos en la madurez; aquí no se romantiza la juventud porque no cabe la nostalgia

Mientras veía el documental en una sala vacía, recordé por asociación a mi buen amigo D., un skater endemoniado con quien solía robar galletas y dulces de supermercados en suburbios californianos. Era un rubio apuesto e inteligente, pero también pobre, a quien nadie le había hablado del futuro, y quizá por eso terminó como ladrón de casas. Otros amigos fueron a parar a las cárceles juveniles. Uno que otro murió de forma violenta, como J., pandillero desde los 14, muerto en las canchas de tenis de nuestra secundaria tras recibir múltiples puñaladas al cuello. De alguna forma, ellos eran mis Zacks, mis Keires, mis Bings, abatidos todos por las drogas o la desesperanza. 

Liu grabó a los suyos durante 12 años. Su documental ha recibido 25 premios, entre ellos el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Sundance, y una nominación a los Premios Oscar 2018. Barack Obama confesó que fue su película favorita aquel año. Sin embargo, para los protagonistas, el premio mayor ha sido encontrar que el propósito de esta retrospectiva llevaba tiempo escrito en la patineta de Keire, en un frase que dice: “this device cures heartache“ (este aparato cura las heridas del corazón).

Comentarios

La realidad de muchos jovenes urbanos, que encuentran en el barrio y los vecinos de su misma edad, el alivio a sus problemas, la salida inesperada pero segura, la verdad a medias de sus necesidades actuales, no tienen compresión ni respuesta en los colegios donde son obligados a asistir, menos en la familia que vive sus problemas económicos, sus problemas de relaciones de pareja. Su arte en las patinetas nos muestra que, el camino que toman ellos para aliviar sus problemas, es mejor que la ayuda que puedan recibir de sus familiares, lamentablemente sin la ayuda del estado que debe limpiar las calles de la delincuencia y de las drogas, no pueden lograr encontrar el camino que forjara un adulto responsable.

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