12.02.19 | Han vuelto. Crónica de STP+Bush en Lima

STP | © Sebastián Arévalo

Por Luis Francisco Palomino

Bastó un acorde de la guitarra de Dean DeLeo para transportar el Parque de la Exposición a los noventa. La batería machacante de Wicked garden, la distorsión aguardentosa, los graves sólidos, el fantasma de Scott Weiland, antiguo y muy querido vocalista de Stone Temple Pilots, ícono del rock muerto por sobredosis, trazaron un camino de humo para que Jeff Gutt cogiese el micrófono caliente frente a esas cinco mil personas que los recibían con aplausos, a él y a los tres músicos estadounidenses que, a sus espaldas, alargaban el final de su primera canción con redobles de tarola, y acuchillando las cuerdas con espíritu adolescente.

El segundo tema, Crackerman, sólo confirmó la estirpe rocanrolera de Dean y Robert DeLeo, en el bajo. El primero giraba sobre su eje, hacía que su Les Paul diese vueltas, bailaba con ella. Pateaba el aire. En el otro extremo, su hermano, con porte galante, marcaba los compases con el talón, y por ratos cruzaba las puntas de sus botas, las abría, las cruzaba, como en un paso de los años cincuenta, qué pasito tan cool. Irónicamente, la ausencia de Scott permite ver mejor a los DeLeo, la base de STP. Y vaya que son un espectáculo.

Vasoline cerró uno de los mejores inicios de set list. Y Big bang baby fue un resorte en las zapatillas de varios. Los cuerpos fanáticos ya expulsaban sudor. Olía a espíritu juvenil... Mientras tanto, Jeff Gutt intentaba adaptarse al territorio, a la responsabilidad de ocupar el lugar de un mito, imitando a Weiland: manos en los muslos, tiraba el tronco hacia delante y meneaba las caderas con una sensualidad virilmente femenina. Una pausa, vítores y palmas, y Gutt agradeció al público peruano. Su primera vez aquí, la segunda de los STP. Las luces se apagaron y los hermanos DeLeo se plantaron cara a cara, en medio del escenario. El humo, disparado por máquinas, los cubrió completamente: dos sombras haciéndoles el amor a sus instrumentos. Momentazo cinematográfico. Improvisaban. Hora de relajarse, de limpiarnos los oídos de tanta distorsión. Y Big empty preparó los sentidos para un himno noventero: Plush.

Gutt se quedó a solas con Dean DeLeo y tomó el chupete con seguridad: a demostrar de qué estaba hecho. Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaand I feeeeeeeeel that time’s a wasted go…, rugió a capela. El Anfiteatro respondió con los nudillos en alto, y alguien quemó el ápice de un troncho y el olor confundió a varios: ¿qué, ese de ahí no era Scott Weiland? Gutt crecía, crecía literalmente, ganaba centímetros de altura, sus músculos se ensanchaban, sus pulmones se expandían, where you going for tomorrow?, su yugular latía, sus pómulos se definían, and I feel and I feel when the dog begin to smell her, dejaba de ser un participante de reality y cada vez se asemejaba más a Scott… o al indicado para ocupar ese hueco entre los DeLeo. Y como si los fundadores de STP hubieran calculado ese hilo de pensamiento, esa sensación de que STP ya encontró la garganta que necesitaba, la siguiente pieza fue Meadow, primer sencillo de su último álbum o la confirmación de que el grupo ha renacido.

El punteo que abre Intestate love song hizo viajar a la concurrencia por un tubo lleno de colores. Ponla en tu playlist si quieres enclaustrarte en un hotel con psicoactivos, o tener sexo sin parar. No falla. Siguió Roll me under, otra nueva, otra demostración de que el gen de las melodías con gancho es parte del ADN de los DeLeo. Pocos acordes, pero los acordes precisos. La presentación de los STP pudo haber acabado en ese momento, pero iban a tanta velocidad que era mejor seguir que detenerse. Durante Trippin’ on a hole in a paper heart, el baterista Eric Kretz se lució golpeando duro con sus baquetas: digno colega de esa bestia que es Matt Cameron, ex percusión de Soundgarden, aún en Pearl Jam.

Los STP se despidieron de Lima poniendo a saltar al respetable con la oscura Sex type thing. Un riff que es una patada en el culo, unos gritos de sátiro. ¿Quieres saber de atrocidad? ¿No quisieras que te haga daño? Un clásico con una letra mal entendida como apología al ultraje, si sólo supieran que la novia de Weiland fue violada...

De inmediato, el staff de Bush invadió el proscenio. Unas veinte personas instalaban su maquinaria. La performance de STP había sido tan paja que el resto parecía innecesario: los que no fueron por cerveza ya bostezaban. Pero casi media hora de ingeniería se justificó cuando Gavin Rossdale y compañía comenzaron su show, con un sonido tan envolvente como el de un helicóptero aterrizando: los amplificadores succionaban a la primera línea de espectadores, que registraba el instante con sus teléfonos arriba. Breathe in, breathe out, cantaba Gavin, breathe in, breathe out, y los cuerpos oscilaban al ritmo de su respiración.

La fiesta noventera continuó con The chemical beetween us. El británico vibró en los estribillos y se tiró de rodillas al piso durante los solos, como si fuera el mismo del MTV Spring Break 95’… o un recién divorciado a los cincuenta, alguien corriendo contra el tiempo. En la entrevista previa, el vocalista aseguró a EnLima que hoy sus ojos sólo miran hacia el futuro, y Prizefighter y This is war, de su álbum más reciente Black and white rainbows (2017), tercera y cuarta canción de la lista, confirmaron lo dicho.

Mientras iba de un lado a otro, mientras chillaba, mientras gruñía, mientras lo escuchaba hablar en español, pensé que Rossdale ha tenido una revelación, que la ruptura amorosa le ha permitido ver luces que antes ignoraba, que ahora cada cosa le es urgente. En la entrevista delató que ni siquiera sabe si es su primera o segunda visita al Perú, y es comprensible, la secuencia espacial y temporal es irrelevante cuando uno está desesperado, en otra, y reactivar Bush a los 53, y componer un nuevo disco a la vez que se presenta el último es acaso el signo de que la cabeza de Gavin está volando en los cielos de la creación o adaptándose a la idea de vivir sin Gwen Stefani, quien fuera su chica por veinte años. El tránsito de la vida de casado por la del rocanrolero a tiempo completo. Tal vez por eso adelantó que volvería a Lima este año, con material de estreno.

Lo que posees acabará poseyéndote; únicamente cuando pierdes todo eres libre para actuar; esta es tu vida y se acaba a cada minuto, escribió Chuck Palahniuk en El club de la pelea… Es lo único que necesitamos saber, ¿verdad, Scott?

Gavin pidió tequila, algunos lo abuchearon. Y él los calló con Everything zen. Más tarde, en Little things, dejó la comodidad del estrado y se metió en la tribuna sin prever que esta se convertiría en un barrio salvaje. Una turba lo abrazó, lo manoseó, lo cogoteó, en fin, este suelo es peligroso hasta para un rockero que tocó en Woodstock 99’ (muertes por asfixia, violaciones). El frontman regresó a su sitio con un audífono menos. Y los fans quedaron satisfechos: capturaron algo de su artista favorito en las palmas de sus manos, una ridícula gota de sudor robándose miles de corazones.

El concierto llegó a su fin con el Parque de la Exposición remeciéndose como si fuera el set de televisión de MuchMusic en los noventa.  

Mientras termino de escribir esta crónica, sospecho que, desde la óptica del espectador, una banda de rock en sus veintes se asocia al cliché de la “época dorada”; sin embargo, para los músicos, los cincuenta deben ser su mejores años. Obvio, ya se las saben todas.

En síntesis, STP y Bush dieron mucho más de lo que se esperaba, y, a pesar de que ya no son jóvenes, o quizás por eso mismo, como expliqué, hay que tener sus nombres muy en cuenta a la hora de navegar por Spotify. Se vienen con furia, con hambre y tradición, con esas ganas de quien estuvo en la cumbre y quiere volver a pararse ahí.

El grunge amenaza más que nunca desde la muerte de Cobain. Si actualmente vivimos un revival de los ochenta, no sería sorpresa que a los grupitos millenials se les ocurra de un día a otro subirle unos puntitos a la ganancia. Ciertamente sus padres –si gustaron de Maiden, Pistols y Zeppelin–  lo agradecerán.

 

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