Elizabeth, una célebre actriz, es hospitalizada tras perder la voz. Las pruebas médicas revelan su buen estado de salud. Junto con su enfermera Alma, se traslada a la casa de campo familiar, donde se recupera lentamente, pero sigue sin hablar. Lo que sigue es un torneo que dura el resto del filme: comienza en el plácido trámite de Alma contándole su vida a Elizabeth, y se oscurece luego hasta la lucha por arrancar una palabra de la paciente. El silencio de Elizabeth y una carta desatan una pelea feroz: lo que la enfermera llega a extraer de la actriz no es una palabra, sino toda su personalidad hasta apropiarse de ella y efectuar una transposición de identidades. Allí no hay dos mujeres, sino una sola, cuyas caras son apenas los lados de una misma moneda. La división aparente de esa mujer única es un recurso de dramaturgia magistral y el camino más abierto e inesperado para explorar la índole conflictual, la lucha que se libra en el interior del individuo. En ese terreno de límites indefinibles, Bergman alcanza la mayor medida de disección del espíritu humano.
Hay que ver Persona para descubrir hasta dónde la penetrante iluminación que Bergman proyecta sobre el interior de sus criaturas es, también, un tejido cinematográfico minucioso y riquísimo, donde el ajuste de narración, de diálogos y de encuadres está cerca de la perfección.
Habrá un conversatorio después de la función.
